La mayor tormenta solar documentada de nuestra historia tuvo lugar entre finales de agosto y principios de septiembre de 1859. Conocida también como el "evento Carrington", en honor al astrónomo que primero la observó, esta gran erupción solar produjo unas extraordinarias consecuencias sobre nuestro planeta (entre ellas la aparición de auroras boreales en latitudes incluso tropicales), pero nada comparable a lo que una tormenta geomagnética de estas características podría provocar hoy en día. Si en 1859 los efectos se limitaron a destrucción o averías del cableado eléctrico y telegráfico, un evento de estas dimensiones podría dejar hoy inservibles buena parte de los satélites y cortar el suministro eléctrico en todo el planeta.