“Y si tu mano, incluso tu mano más fuerte, te hace pecar, córtala y tírala. Es preferible que pierdas una parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mateo 5:30). 

Cualquier concesión al pecado se cobrará un precio alto. No hay otra manera de tratar al pecado que no sea de forma radical. El texto bíblico, obviamente, no debe ser interpretado de manera literal, porque, mientras exista la mente, aunque nos arrancáramos todos los miembros, miembro por miembro, el pecado continuaría presente. Lo que enfatiza el versículo es la necesidad de ser radicales en la lucha contra el pecado, pero eso no debe confundirse con formalismo o legalismo. Cuando se trata del pecado, no hay distancia segura. Cualquier nivel de acercamiento ya nos pone en peligro. Todo viaje en dirección al pecado durará más de lo que planeamos, nos arrojará a abismos más profundos de lo que imaginamos y, sin duda, tendrá un costo mayor que el que esperábamos pagar. Por eso, Jesús lo deja claro: “¡Córtalo!” Corta las fuentes de pecado que destruyen tu relación con Dios. Corta las conversaciones que debilitan tu vida espiritual. Corta los entretenimientos que te alejan de Dios. Corta los lazos de amistad que dañan tu relación con Dios. Corta con la ilusión de que el pecado puede resolverse después. Sé que, a veces, las cadenas son tan fuertes y difíciles de romper que tenemos ganas de rendirnos. Sentimos que las esposas que nos han puesto son definitivas, y que ahora solo nos queda reconocer la esclavitud y entregarnos al mal. Sí, ríndete. No hay nada de malo en reconocer la esclavitud; el problema sería limitar el poder de Dios para liberarnos. Su gracia es real y puede transformarnos por completo. ¡Ríndete ahora a Cristo! Elena de White escribió: “Solo a través de la entrega de nuestra voluntad a Dios es posible que él nos imparta vida. Jesús dijo que solo al recibir su vida, gracias a la entrega del yo, es posible vencer esos pecados ocultos […]. Es posible que tú puedas enterrarlos en el corazón y ocultarlos a los ojos humanos, pero ¿cómo comparecerás en la presencia de Dios?” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 60). Comienza a sentir este sábado la paz que solo Cristo puede dar.

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