Domingo creció en un entorno familiar tóxico, rodeado de insultos y maltratos, lo que le dejó una profunda herida emocional. Convencido de su inutilidad, se volvió rebelde y llegó a considerar el suicidio. Su vida cambió cuando, a través de su madre, escuchó un programa cristiano y aceptó a Cristo. Al abrir su corazón a Dios, Domingo comprendió que el miedo al fracaso lo había afectado durante años, pero encontró esperanza y paz en su fe. Aprendió a perdonar y a transformar sus experiencias negativas en lecciones positivas. Hoy, vive como un testimonio de la restauración y la esperanza que se encuentran en Cristo, recordando que nuestras palabras tienen el poder de construir o destruir (Proverbios 18:21).