El divorcio es una experiencia dolorosa, especialmente para los niños, quienes sufren al ver la separación de sus padres. No solo les afecta, sino que también deja cicatrices emocionales profundas. Graciela, la segunda de cinco hermanas, vivió esta situación cuando tenía siete años. Tras el divorcio de sus padres, su vida cambió drásticamente. Su padre asumió tanto el rol de madre como el de padre, pero la separación fue muy dolorosa, sobre todo cuando su madre se mudó a otro país, dejándolas sin contacto durante años.
Graciela recuerda con dolor cómo su padre hablaba mal de su madre, lo que aumentaba su resentimiento. A medida que crecía, estos sentimientos fueron difíciles de manejar. Sin embargo, un día, en medio de la añoranza y el dolor, llegó una noticia inesperada: su madre regresaba para verla. Ese reencuentro fue un momento indescriptible, lleno de emoción, lágrimas y abrazos, aunque breve. Lamentablemente, la vida las separó nuevamente
En medio de sus luchas familiares, Graciela encontró refugio en su fe. Durante su adolescencia, comenzó a sanar las heridas y rencores a través de Dios. Aprendió a perdonar y a encontrar propósito en su vida. Un día, en oración, se sintió completamente aceptada por el Padre celestial, quien le brindó la sanidad que tanto necesitaba. Ella se aferró a la promesa de Salmo 107:19-20."En su angustia clamaron al Señor, y Él los salvó de sus aflicciones. Envió su palabra para sanarlos y los libró de la fosa."
Graciela, nos dice que la vida puede presentarnos desafíos difíciles, como la separación familiar y el resentimiento, pero al clamar a Dios y abrir nuestro corazón a Su amor, encontramos restauración completa.