Julia, quien creció en pobreza y en una familia disfuncional, rechazaba los abrazos, creyendo que no eran sinceros. Su dolor provenía de la falta de cariño en su infancia, lo que la llevó a endurecer su corazón. Sin embargo, los brazos de Dios siempre están abiertos para recibirnos con amor y perdón, como vemos en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32).
En esta historia, el padre recibe a su hijo con un abrazo sanador, simbolizando el perdón y la restauración. Al igual que el hijo pródigo, todos podemos experimentar el abrazo de Dios, que no exige perfección, sino sinceridad y arrepentimiento. Dios siempre está dispuesto a restaurarnos, sin importar nuestro pasado. 🙏💖