La vida de Gerardo estuvo marcada por el sufrimiento y la soledad, creciendo en un hogar abusivo con un padre alcohólico y una madre atrapada en el dolor. A los siete años, perdió a su madre, quien decidió quitarse la vida, lo que dejó una profunda herida en su corazón y lo llevó a culpar a Dios. Desde joven, recurrió al alcohol y las drogas en busca de escape, cayendo en un ciclo de autodestrucción. Sin embargo, su vida dio un giro cuando, enfermo por el abuso de sustancias, una enfermera lo invitó a escuchar la palabra de Dios. Un día, mientras leía un tratado cristiano, escuchó una voz que lo despertó a la realidad y lo impulsó a pedir perdón. Fue entonces cuando experimentó un encuentro con Dios que transformó su vida. Hoy, Gerardo nos recuerda que, por más oscuras que sean nuestras circunstancias, siempre hay esperanza y restauración en Dios, quien tiene el poder de darnos un corazón nuevo.