Martín creció en una familia disfuncional, sin una figura paterna presente. Su madre, una mujer fuerte y trabajadora, ocupó ambos roles, criando a sus seis hijos con gran determinación y enseñándoles el valor del trabajo. Aunque Martín sentía la ausencia de su padre, encontró en su madre un ejemplo de fortaleza.
Un día, un amigo lo invitó a la iglesia, y aunque fue inicialmente para escapar de su realidad, el mensaje lo impactó profundamente. Aceptó a Cristo y experimentó un cambio en su corazón, sintiendo el deseo de compartir su fe, especialmente con su familia. Martín encontró consuelo en el Salmo 27:10: "Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me acogerá", recordando que Dios es un padre para los huérfanos. Martín nos enseña que, sin importar cuán rotos nos sintamos, el amor de Dios tiene el poder de transformar nuestras vidas y siempre hay esperanza en Cristo.