La familia de Rosmery atravesó una difícil prueba cuando ella comenzó a mostrar signos de depresión severa. A pesar de la tristeza y el dolor, su madre nunca perdió la esperanza y se aferró a la promesa de Dios, orando con fe constante. Recordaba el Salmo 46:1: "Dios es nuestro refugio y nuestra fortaleza", y el Salmo 34:17-18: "Los justos claman, el Señor los oye". Con el apoyo médico y la oración, Rosmery comenzó a sanar, y su madre aprendió la importancia de estar atenta a las necesidades emocionales de sus hijos, confiando siempre en que Dios tiene el poder de sanar y restaurar.