Isabel enfrentó un duro diagnóstico cuando descubrió que su hija tenía autismo. Aunque fue un golpe doloroso, esa experiencia la llevó a crecer espiritualmente. Aprendió a ver propósito en lo inesperado y a depender más de Dios. Hoy, su vida refleja fe, paciencia y amor incondicional, recordando que cada hijo es un regalo con un propósito único.