Amanda ha caminado más de tres décadas junto a su esposo, el pastor Gabriel, creyendo que el llamado de Dios es compartido. En los momentos difíciles, como cuando sus hijos esperaban a un padre ausente por causa del ministerio, encontró fuerza en la oración. Para ella, el verdadero ministerio comienza en casa. Dios ve, recompensa y no olvida ninguna lágrima derramada en obediencia.