Marcos y Jesica sirvieron a Dios por años. Su amor era fuerte, su fe también. Todo cambió con un diagnóstico devastador: cáncer. Aunque oraron por sanidad, Jesica falleció. Marcos quedó con un dolor profundo, pero también con la convicción de que Dios lo sostuvo cada día. En medio del duelo, encontró consuelo en las promesas bíblicas. Esta historia nos recuerda que aunque Dios no siempre sana como esperamos, nunca deja de acompañarnos. En el dolor, su presencia permanece.