Wilson fue acusado injustamente y condenado a treinta años de prisión. En medio de la desesperación, volvió su mirada a Dios. Dentro de la cárcel comenzó a servir, a orar y a enseñar Su Palabra. Ocho años después fue declarado inocente y puesto en libertad. Más que una victoria legal, fue una obra divina. Wilson entendió que Dios usa incluso los valles más oscuros para moldear nuestro carácter y fortalecer la fe. Su historia nos recuerda que todo lo que Él hace es perfecto, aunque no lo entendamos en el momento.