Palabra de Dios: “¿Qué agrada más al Señor: que se le ofrezcan holocaustos y sacrificios o que se obedezca lo que él dice? El obedecer vale más que el sacrificio, y prestar atención, más que la grasa de carneros. La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría.”1 Samuel 15:22-23 NVI

Perlas: Tal vez conoces la historia del rey Saúl y cómo obedeció a Dios parcialmente, es decir, desobedeció. Obediencia a medias es simplemente desobediencia. Esto fue lo que Saúl hizo y después quiso presentar holocaustos y sacrificios al Señor, lo cual definitivamente no fue de olor grato ni aceptable para Dios, y el profeta Samuel se lo hizo saber con gran claridad. Fueron palabras fuertes, pero que desde ese día hasta hoy han sido usadas por Dios para confrontar a Sus hijos, especialmente cuando pretendemos creer que Dios está complacido con nuestra obediencia intermitente.

Sabemos que Dios Padre conoce de sobra que el único perfecto, el único que caminó por esta tierra sin cometer pecado alguno fue Su Hijo Jesucristo. Pero, Él espera que caminemos hacia Él. Que emprendamos un camino por esta tierra, en el que cada día estemos un poco más rendidos y entregados a Él, que cada día nos superemos, nos levantemos, nos postremos, nos arrepintamos y le demos permiso de transformamos a la semejanza de Cristo. Él es la meta. 

Dios Padre entregó lo que más amaba para algún día ganar nuestro amor. Amor como Él define amor, entrelazado con temor reverente y obediencia. En la historia de Saúl queda definida la vida del religioso, que conoce la voluntad de Dios porque la ha leído en Su Palabra, pero escoge hacer su propia voluntad sin temor de Dios, elige deliberadamente desobedecer y piensa que con sus “sacrificios y holocaustos” puede “compensar” la situación y que puede negociar con Dios.

La rebeldía es la condición de una persona que escoge no obedecer porque no confía en aquel que le ha dicho qué hacer; en este caso, estamos hablando de Dios mismo. Cuando no conocemos realmente el corazón del Padre, no confiamos en Él, descartamos Sus instrucciones (o algunas) y pensamos que nuestras decisiones son mejores. Tristemente, así viví los primeros diez años de mi “cristianismo”, asistía a una iglesia, llegué a ser líder, pero yo no hacía lo que Dios me pedía, yo tenía mi propia agenda, tomaba mis propias decisiones, incluyendo las  “buenas obras” en las que participaba. Yo no vivía para agradar a Dios, sino a los hombres, y mi vida era regida por mi propio criterio. La diferencia con mi vida antes de tener el título de cristiana, era que ahora estaba llena de conocimientos y participaba de muchas actividades religiosas que me servían para autoengañarme y pensar que Dios pasaba por encima mis fallas porque estaba admirado con mi servicio, mis “sacrificios y holocaustos”.

La verdad es que cuando todo se vino abajo en mi vida, quedó expuesta mi bajeza, comenzando por mi religiosidad. En ese tiempo, una de las verdades más dolorosas que Dios me dijo fue que yo realmente nunca lo había amado, que no era verdad lo que solía decir, que yo vivía para Él…En ese tiempo las vendas cayeron y pude ver cuán enferma y perdida estaba. Dios me reveló mi pecado y le puso nombre, me dijo "tu pecado se llama idolatría…Yo nunca he sido tu Dios”. Fueron muchas revelaciones, pero trayéndolo al tema de hoy, puedo ver que fui como Saúl durante muchos años. Rebelde e idólatra. No es fácil aceptar algo así, particularmente para personas como yo que me importaba demasiado mi imagen y vivía obsesionada con ser aceptaba por los demás. Esa es la bendición escondida de las crisis, cuando lo pierdes todo, cuando todo se derrumba y todos se van…solo quedan Dios y tú, y así pasó conmigo, y eso fue lo mejor que me pudo pasar. Llevo 18 años aprendiendo amarlo como Él merece ser amado.