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El tema de hoy, Solo la palabra de Dios.
La actitud de David hacia las Escrituras impactó a los reformadores, como debería impactarnos a nosotros también. Menciono aquí algunos de los discursos de David sobre la palabra de Dios, que están en el Salmo 119. “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!
Más que la miel a mi boca, versículo 103. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira, versículo 104. Me anticipé al alba, y clamé; Esperé en tu palabra, versículo 147. Me regocijo en tu palabra Como el que halla muchos despojos. versículo 162. Y en el versículo 165, David dice. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo.”
Los reformadores saturaban su mente con las Escrituras. Vivían por la Palabra, y muchos de ellos murieron por la Palabra. No eran cristianos casuales, complacientes y descuidados. Sabían que sin el poder de la Palabra no resistirían al mal. La Biblia era el fundamento de la fe de los reformadores y la esencia de su enseñanza. Comprendieron que estaban tratando con la inspirada “palabra de Dios que vive y permanece para siempre, según 1 Pedro 1:23. Atesoraban cada palabra. A medida que leían sus páginas y creían en sus promesas, su fe se fortalecía y su valor se renovaba.
“Así sucede con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas, nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas, Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de ese árbol que son ‘para la sanidad de las naciones’ según (Apoc. 22:2). Recibidas y asimiladas, serán la fortaleza del carácter, la inspiración y el sostén de la vida. Nada tiene tal virtud curativa. Las Escrituras irradian gozo a nuestro dolor, esperanza a nuestro desaliento, luz a nuestra oscuridad. Dan dirección a nuestra confusión, certeza a nuestra perplejidad, fortaleza a nuestra debilidad y sabiduría a nuestra ignorancia. Cuando meditamos en la Palabra de Dios y confiamos por fe en sus promesas, el poder vivificador de Dios vigoriza todo nuestro ser, física, mental, emocional y espiritualmente.
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Más que la miel a mi boca, versículo 103. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira, versículo 104. Me anticipé al alba, y clamé; Esperé en tu palabra, versículo 147. Me regocijo en tu palabra Como el que halla muchos despojos. versículo 162. Y en el versículo 165, David dice. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo.”
Los reformadores saturaban su mente con las Escrituras. Vivían por la Palabra, y muchos de ellos murieron por la Palabra. No eran cristianos casuales, complacientes y descuidados. Sabían que sin el poder de la Palabra no resistirían al mal. La Biblia era el fundamento de la fe de los reformadores y la esencia de su enseñanza. Comprendieron que estaban tratando con la inspirada “palabra de Dios que vive y permanece para siempre, según 1 Pedro 1:23. Atesoraban cada palabra. A medida que leían sus páginas y creían en sus promesas, su fe se fortalecía y su valor se renovaba.
“Así sucede con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas, nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas, Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de ese árbol que son ‘para la sanidad de las naciones’ según (Apoc. 22:2). Recibidas y asimiladas, serán la fortaleza del carácter, la inspiración y el sostén de la vida. Nada tiene tal virtud curativa. Las Escrituras irradian gozo a nuestro dolor, esperanza a nuestro desaliento, luz a nuestra oscuridad. Dan dirección a nuestra confusión, certeza a nuestra perplejidad, fortaleza a nuestra debilidad y sabiduría a nuestra ignorancia. Cuando meditamos en la Palabra de Dios y confiamos por fe en sus promesas, el poder vivificador de Dios vigoriza todo nuestro ser, física, mental, emocional y espiritualmente.
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