No soy muy de animales, lo confieso.
Siempre digo que con tres hijos ya tengo suficiente ajetreo doméstico.
Pero cuando estoy cerca de un animal, noto que algo cambia: el ritmo, la atención, la mirada.
En el mundo de la discapacidad intelectual, esa conexión cobra un sentido especial.
Los animales no juzgan, no esperan, no corrigen. Solo están.
Y esa presencia transforma.
Por eso esta semana, he querido volver al artículo que escribí para "Animal Love Magazine" y reflexionar sobre lo que ocurre cuando un niño y un animal se entienden sin palabras.
Porque hay vínculos que no se explican. Se sienten.
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