Hace mucho, mucho tiempo, hubo una canción tan poderosa como las trompetas de Jericó, tan ridícula como la adolescencia, tan incendiaria como un coctel molotov, tan excitante como un polvo a hurtadillas. Una canción que pudo poner el mundo patas arriba. No lo logró, claro, porque con ella se reveló que la música, en realidad, nunca tuvo la capacidad para cambiar el mundo. Pero cómo sonaba. Caray, cómo sonaba...