Aunque haya infinitas cosas que no vemos, aunque seamos
conscientes de que forman parte de nuestro todo, en ocasiones hay algunas que
percibimos. Tim Bernardes consigue iluminar, al menos “Mil Coisas Invisíveis”
en su nuevo álbum en solitario, un lustro, un álbum con su otro proyecto
musical, varias giras y colaboraciones y una pandemia global mediante.
Precisamente antes de la crisis sanitaria global, al
regreso de una maratoniana gira con su banda O Terno, el artista brasileño decidió
bajar varias marchas, profundizar en su espiritualidad y apelar a la intimidad,
sin saber que los meses que vendrían por delante nos obligarían a todos a pasar
por ese trance. El resultado es un álbum absolutamente mayúsculo,
posiblemente una de las mejores colecciones de CANCIONES (en mayúscula, porque lo
son) de lo que llevamos de 2022.
Un ejercicio de intimidad feroz, pero expansiva. Si
bien es cierto que el clima que se genera en los casi 60 minutos de duración y
15 canciones que atraviesan el nuevo repertorio del paulista es de intimidad y
minimalismo, como de hacerse pequeño y susurrarnos melodías casi en un
ultrasonido cancionista; hay un diálogo directo tanto con la raíz de la MPB
y un registro que va desde Caetano Veloso o Toquinho hasta inyecciones casi
cinematográficas de arreglos de cuerdas o esa facción de pop casi espiritual
del John Lennon del (álbum) “Imagine” o el Nick Drake de “Pink Moon”.
Canciones de una levedad intensa e inmensa, que tanto cuando
decide sonar a madera desnuda casi folk-blues (“Velha Amiga”) como cuando allana
un tropicalismo expansivo (“Realmente Lindo”), cuando se pone luminoso en un
tono casi beat (“A balada de Tim Bernardes”), cuando se pone cinemascópico (“Mistificar”),
cuando caza un groove casi rioplatense (“Falta”), cuando se pone casi jazz (“Última
vez”) o cuando recuerda al Cazuza de “O tempo nao para” en “Meus 26”, Tim
Bernardes suena clásico y contemporáneo, pero, sobre todo, necesario. Bravioli
para él.
Alan Queipo.