Era un invierno gris y húmedo en la ciudad de Valencia, cuando Alicia, una joven enfermera, conoció a Daniel. Él era un paciente frecuente en el hospital donde ella trabajaba, un hombre de mirada profunda y melancólica, que siempre llegaba en días lluviosos, con su abrigo oscuro y su sombrero, como si intentara esconderse del mundo.