Todos somos un poco como RIGOLETTO, bufones jorobados que sufren, sienten y a los que el destino depara maldiciones.
Rigoletto no es simplemente la historia de una maldición; es también una historia de opresores y oprimidos. Giusseppe Verdi la escribió a los 40 años, una edad crucial para todo ser humano: un momento de cambios, de madurez, la mitad de una vida.
Es necesario recordar que el rol vocal de Rigoletto es uno de los grandes papeles de barítono del repertorio lírico. A lo largo de la ópera, la transformación teatral del personaje es acompañada por una transformación musical. Así, pasa de ser despiadado con los cortesanos, o compadecerse de sí mismo (“Pari siamo”), a transmitir ternura (“Piangi, fanciulla”); pero también odio vengativo (“Sì, vendetta”); euforia por haberse vengado (“Egli è la! Morto!”) e intensa tragedia en el último diálogo con su hija Gilda en sus brazos, al borde de la muerte.
Rigoletto es un ser alienado por la sociedad, al ser bufón y jorobado pero, ante todo, tiene una característica que muy probablemente impulsó a Verdi a convertirlo en protagonista: es un ser frágil, enormemente humano, que hace que cualquier persona sienta una enorme empatía hacia todos los sentimientos que le caracterizan, incluso si son contradictorios