Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini, nacido en Lucca el 22 de diciembre de 1858, fue el sexto de los nueve hijos de Michele Puccini y Albina Magi, también oriundos de esa capital de la provincia homónima de la región de Toscana. Durante cuatro generaciones, los Puccini habían sido maestros de capilla de la catedral de Lucca y hasta 1799 sus antepasados habían trabajado para la prestigiosa Cappella Palatina de la República de Lucca.
El padre de Giacomo, Michele Puccini, había sido un apreciado profesor de composición en el Istituto Musicale Pacini desde la época del duque de Lucca, Carlo Lodovico di Borbone. La muerte de su progenitor, acaecida cuando Giacomo tenía cinco años, puso a la familia en una situación desesperada. El joven músico fue enviado a estudiar con su tío materno, Fortunato Magi, que lo consideraba un alumno poco dotado y, sobre todo, poco disciplinado (un falento, como llegó a definirlo, es decir un vago sin talento).
Sea como fuere, Fortunato Magi inició a Giacomo en el estudio del teclado y en el canto coral. Alemanno Cortopassi, discípulo del célebre maestro Michele Puccini, a cuyo hijo Giacomo impartiría las primeras nociones musicales, le inició, siendo aún adolescente, en sus primeros estudios, y luego le hizo continuarlos en Lucca y en Milán.
Nada le habría hecho imaginar a Magi que este joven, de origen pobre en medio de tan adversas circunstancias, llegaría a viajar por todo el mundo y alcanzaría tanto éxito con sus óperas. Puccini compraba los coches más rápidos de la época y las lanchas a motor más modernas.
Cuando falleció, Puccini era el compositor más rico de su tiempo. Sus últimos ingresos ascendían al equivalente de 1,5 millones de euros de la actualidad. Dejó una fortuna estimada en unos 200 millones de euros, y en Torre del lago, una preciosa villa junto al lago Massaciuccoli, donde anualmente se celebran festivales en su honor.
Además de ávido cazador de aves salvajes, de libretos de ópera y de mujeres hermosas, ese apasionado estilo de vida, característico de la Italia de fin de siglo (XIX), sumado a su temperamento exuberante, su voluntad de innovación y su excepcional talento musical se conjugaron en una obra operística de gran éxito.
Aunque creó solamente doce óperas (comprendidas tres en un acto que componen el Tríptico), sus obras se han asentado en los repertorios de los teatros líricos de todo el mundo. Los ingredientes fundamentales de su teatro son la variedad, la rapidez, la síntesis, la profundidad psicológica y la abundancia de hallazgos escénicos.
El público, bien que a veces desorientado por las novedades de cada ópera, al final se ponía de su parte; por el contrario, la crítica musical, en particular la italiana, consideró durante mucho tiempo a Puccini con sospecha u hostilidad. Se le solía acusar en Italia a Puccini de comercial y se decía que su música no era ni italiana, ni rusa, ni alemana, ni francesa. No obstante, expresaron su admiración por su trabajo contemporáneos como Ígor Stravinski, Arnold Schoenberg, Maurice Ravel o Anton Webern.
El gran mérito de Puccini fue su inclinación ecléctica, asimilando y sintetizando con habilidad y rapidez lenguajes y culturas musicales diferentes. Para aproximarse a la personalidad artística de Puccini, es preciso indagar en las relaciones que urdió con las diferentes culturas musicales y teatrales de su tiempo.