San Francisco Javier - Soledad martirial en corazón virginal
Javier, misterio de soledad. Es la última pincelada que completa el retrato. La más desconocida, la que no se suele destacar quizá lo suficiente en sus biografías, pero es la más entrañada en el alma del santo, **el hilo de oro y sangre que va tejiendo toda su vida.**
**Soledad martirial en corazón virginal**. En París hay que renunciar a todos los afectos del corazón. \[…\] Se inicia la carrera de los desprendimientos... \[…\]
Más soledad. En Lisboa no puede embarcarse con él Simón Rodríguez. Se inicia la epopeya de soledad para Javier rumbo a Goa. Pasa a la India. No le abre su corazón. No comprende ni su doctrina ni su sacrificio. ¿Reacción? Ni despecho, ni desánimo. Sólo una noble tristeza. Sin ilusión apostólica sensible, con la aridez y monotonía de la vocación desengañada, sigue dándose a Dios en los demás. Cada día se siente más misteriosamente unido a Él y más íntimamente presente a sus hermanos. \[…\]
Sanchón, 3 de diciembre de 1552. Un arenal estrecho en isla cercada por las olas. China, el postrer sueño apostólico, dibuja sus costas en lontananza. Una hoguera se va extinguiendo lentamente. Es la hoguera de un corazón ciclópeo olvidado de todos. Una triple traición le destroza. La carcajada irónica de Álvaro de Ataide, su Judas. Y, después, la vergonzosa y triste desbandada. Los mercaderes portugueses no querían complicaciones. Ante los mismos ojos de Javier, el amigo que le cedió su choza la quema antes de irse. El chino mercader, aun perdiendo doscientos ducados de oro, no se atreve a depositar junto a la muralla china el peligroso contrabando que es Francisco.
Viento, hielo, frío, pulmonía se juntan. Y **la soledad más impresionante, la peor traición**. El cuerpo que deja el alma sola y busca para siempre un descanso en aquella arena estéril. **Sensación agobiante de fracaso total,** Javier había resuelto en el Japón ir a China, porque era el epicentro cultural y religioso del Oriente. Quería verter la Sangre de Cristo en el mismo manantial de la cultura budista. **Las ruinas de todos estos planes oprimen su corazón.** Sus horizontes de oro se cubren lentamente con velo morado... El velo cuaresmal de su fracaso, su pasión, su muerte. **Soledad de hombres y soledad interior...** Es su mejor momento, el de su máxima grandeza. Profunda paz en su alma virgen. Ni ira, ni despecho, ni amargura. Sus labios repiten una palabra de miel: María. Se acuerda de la dulce Virgencita gótica, sentada y sonriente, con el Niño en un brazo y una rosa en la mano, que preside, puesta por sus padres, la iglesia parroquial de Javier. Sus labios se vuelven otra vez infantiles y paladean sin cesar: *“Madre de Dios, acuérdate de mí”.* Es su última plegaria. La tierna palabra que queda como violeta pegada a sus labios entreabiertos, *Mater Dei, memento mei...*
La máxima grandeza, ¿no está en la mayor soledad?