Trabajaba en una residencia de ancianos, donde al principio todo parecía normal. Sin embargo, poco a poco comencé a notar comportamientos extraños en algunos residentes. El señor Hopkins tenía que estar en su habitación a las diez, la señora Wilkins se paraba en la esquina a las tres de la mañana y el señor Albright murmuraba a las cuatro y cuarto, todas las noches. Eran reglas algo extrañas que nadie mencionaba, pero que parecían inquebrantables. Cuando los vi reunidos en un círculo, supe que algo oscuro estaba detrás de todo esto, algo que no quería comprender del todo.