Para el Papa, el hombre alegre, es un hombre seguro, seguro de que «Jesús está con nosotros y con el Padre». Pero esta alegría, se pregunta el Papa, ¿podemos «embotellarla un poco» para tenerla siempre con nosotros?: «No, porque si nosotros queremos poseer esta alegría sólo para nosotros, al final se estropea, así como nuestro corazón, y al final nuestra cara no transmite esa alegría sino la nostalgia, una melancolía que no es sana». «A veces estos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella».