Atribuir la responsabilidad de lo que ves a aquello que no puede ver, y culparlo por los sonidos que te disgustan cuando no puede oír, es ciertamente una perspectiva absurda. El cuerpo no sufre el castigo que le impones porque no tiene sensaciones. Se comporta tal como tú deseas que lo haga, pero nunca toma decisiones. No nace ni muere. Lo único que puede hacer es vagar sin rumbo por el camino que se le haya indicado. Y si cambias de rumbo, camina con igual facilidad por esa otra dirección. No se pone de parte de nada, ni juzga el camino que recorre. No percibe brecha alguna porque no odia. Puede ponerse al servicio del odio, pero no puede por ello convertirse en algo odioso. Lo que odias y temes, deseas y detestas, el cuerpo no lo conoce.