No dejes que las formas que adoptan te engañen, pues los ídolos no son sino substitutos de tu realidad. De alguna manera crees que completan tu pequeño yo, ofreciéndote así seguridad en un mundo que percibes como peligroso, y en el que hay fuerzas que se han aglutinado a fin de quebrantar tu confianza y destruir tu paz. Crees que los ídolos tienen el poder de remediar tus deficiencias y de proporcionarte la valía que no tienes. Todo aquel que cree en ellos se convierte en esclavo de la pequeñez y de la pérdida. Y así, tiene que buscar más allá de su pequeño yo la fuerza necesaria para levantar la cabeza y emanciparse de todo el sufrimiento que el mundo refleja. Ésta es la sanción que pagas por no buscar en tu interior la certeza y la tranquilidad que te libera del mundo y que te permite alzarte por encima de él, en quietud y en paz. Un ídolo es una falsa impresión o una creencia falsa; alguna forma de anti-Cristo que constituye una brecha entre el Cristo y lo que tú ves. Un ídolo es un deseo hecho tangible al que se le ha dado forma, que se percibe entonces como real y se ve como algo externo a la mente.