El Espíritu Santo garantiza que lo que Dios dispuso para ti y te concedió, será tuyo. Éste es tu propósito ahora, y la visión que hace que sea posible sólo espera a que la recibas. Ya dispones de la visión que te permite no ver el cuerpo. Y al contemplar a tu hermano verás en él un altar a tu Padre tan santo como el Cielo, refulgiendo con radiante pureza y con el destello de las deslumbrantes azucenas que allí depositaste. ¿Qué otra cosa podría tener más valor para ti?