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Es con ese título que dos intelectuales canadienses: Gilles Bibeau, profesor emérito en la Universidad de Montreal y Lorraine Guay, investigador asociado jubilado en la Universidad de Montreal publicaron un artículo de opinión en el periódico canadiense en francés Le Devoir.
Ellos sostienen en su artículo, que recibió las firmas de apoyo de otros quince intelectuales canadienses, que las protestas contra la decisión irresponsable del presidente de Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel y trasladar su embajada a Jerusalén, han pasado de las calles a los corredores de la ONU.
Estados Unidos sufrió una doble humillación: tanto en el Consejo de Seguridad como en la Asamblea General, una gran mayoría de los países ratificó su condena a la decisión estadounidense. ¿Estas posiciones serán capaces de abrir algunas brechas hacia una paz justa? Creemos que sí, pero sólo bajo ciertas condiciones, dicen Gilles Bibeau y Lorraine Guay.
© Andrew Kelly / Reuters
Hay que atreverse a desmontar ciertos mitos, dice el artículo.
Cuando Benjamín Netanyahu afirma que Jerusalén "es la capital eterna e indivisible de Israel desde hace 3000 años", él está repitiendo un mito religioso que sirve para justificar la ocupación y anexión de Jerusalén Este, borrando el papel de Jerusalén en las otras dos religiones monoteístas: la cristiana y la musulmana.
En Israel, la arqueología y la historia han sido utilizadas masivamente para autentificar la continuidad de la historia judía que va desde los antiguos hebreos hasta los israelíes de hoy.
Desde esta perspectiva, Israel fue construido sobre un principio mono-étnico, como un Israel definido como "judío", y sobre una fundación religiosa, como lo demuestra el papel casi constitucional del texto bíblico en el Israel actual.
Durante la guerra de Palestina de 1948, entre 750.000 a 1.000.000 de palestinos fueron expulsados por las fuerzas de Israel. © Wiki Commons
Pocas horas antes de su asesinato en 1995, Yitzhak Rabin había señalado a los partidarios del "Gran Israel" que aplicar la Biblia a la letra obligaría a los israelíes a evacuar las costas del Mediterráneo porque los judíos de la época bíblica nunca vivieron allí.
Rabin denunció así la amalgama hecha por sionistas y religiosos entre la Biblia, la Tierra Prometida y el pueblo de Israel.
Para estos sionistas y religiosos, la Biblia continúa sirviendo como punto de referencia para todas sus políticas actuales.
La historia canonizada por Israel delimita el contenido de los libros de historia, organiza el calendario de las fiestas nacionales y sirve para "judaizar" Jerusalén Este.
Cualquier crítica a la Gran Historia Nacional es considerada sospechosa de buscar socavar la unidad de la nación al cuestionar un Israel fantasioso, idealizado e inventado.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos reconoció a Jerusalén como capital del Estado de Israel. © Jonathan Ernst/Reuters
Sin embargo, los historiadores han demostrado la falsedad de la leyenda de un pueblo judío único preservado de la contaminación externa. En última instancia, lo que es problemático y lo que hay que borrar es la existencia misma de los palestinos. De allí arrancan los esfuerzos de limpieza étnica contra los palestinos que no han cesado de producirse desde la creación del Estado de Israel en 1948 y que el anuncio de Trump amplifica al legitimar la anexión de Jerusalén Este.
Es necesario oponerse a la idea de que un pueblo, en este caso el pueblo judío, pueda borrar, en nombre de su dios, el derecho a la existencia de otro pueblo, los palestinos, que viven en la misma tierra.
El proyecto inicial de los sionistas nunca fue la coexistencia de dos Estados que convivieran en armonía. Desde el principio, ellos planearon sistemáticamente y por todos los medios, incluyendo el diplomático, el económico, el militar, la instrumentalización de la Shoah,