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En el Senado de esta semana analizamos la actitud del PP con Vox al dar por hecho el sí de la formación de Santiago Abascal en la formación de un nuevo gobierno liderado por Juanfran Pérez Llorca.
En la recomendación literaria de esta semana traemos El Director, de David Jiménez. Se curtió cubriendo guerras, desastres y revoluciones durante casi dos décadas antes de ser nombrado director de El Mundo. Lo que parecía un reto ilusionante —dirigir el diario en el que entró como becario a los 23 años— se transformó en una batalla por la defensa de la independencia del periódico frente a un establishment político y económico decidido a controlarlo. Jiménez ofrece un relato único sobre cómo respira la vida en una redacción —sus personajes, rivalidades, traumas y éxitos—, cómo funciona el juego de favores entre los medios y el poder y qué precio pagan quienes se niegan a participar en él. Presidentes, reyes, ministros, banqueros, capos del dinero, comisarios y periodistas protagonizan esta crónica sobre los secretos inconfesables del periodismo y los hilos que gobiernan España. El Director es, además, un retrato íntimo de las encrucijadas éticas, las relaciones personales, las amistades y deslealtades que se viven cuando se ocupa el despacho de uno de los grandes diarios del país.
En la segunda recomendación, sería apropiado hablar de La Partitocracia, de Fernández de la Mora. Con ocasión del Centenario de su nacimiento (1924), SND Editores reedita una de las obras capitales de Gonzalo Fernández de la Mora, La Partitocracia (1976), un ensayo desmitificador y precursor, en el que explica con claridad lo que significa y dónde nos lleva la Constitución de 1978. A continuación entresacamos algunas de las frases de dicha obra: Los partidos políticos no cesan de afirmar que son la condición esencial de la democracia, y que sin ellos solo cabe la dictadura. Este es su gran lema propagandístico en una época en que la democracia u oligarquía arbitrada por el pueblo se respeta universalmente. La consigna ha hecho fortuna, pero es falsa. Hay que desmitificar al régimen de partidos con sufragio universal inorgánico y liberarlo de sus revestimientos ideológicos de intención apologética. Los partidos políticos pretenden que, ademas de ser conditio sine qua non de la democracia, son el mejor medio para ponerla en práctica. Tampoco esta pretensión realizadora se corresponde con los hechos. La partitocracia anula la división de poderes, el racional diálogo parlamentario, la autodeterminación de los electores, la vida local y, en muchos casos, el gobierno de la mayoría, es decir, anula postulados democráticos esenciales. El propio Juan Jacobo Rousseau confesó su “mortal aversión por todo lo que se llame partido”. Y Jorge Washington dijo en su famoso discurso de despedida de 1796: “Permitidme que del modo mas solemne os prevenga contra los perniciosos efectos del espíritu de partido en general... cuando reviste carácter popular, se manifiesta en su forma mas viciosa, y es, ciertamente, vuestro peor enemigo”. Una de las figuras más eminentes de la intelectualidad francesa liberal, Simone Weil, se pronunció abruptamente sobre los partidos políticos, a los que repudió por considerarlos “el mal casi sin mezcla, porque son malos en principio y, prácticamente, por sus efectos”. No hay un solo pensador político de talla que crea hoy que el Estado demoliberal de partidos sea un óptimo absoluto, y, menos todavía, la partitocracia.
By Plaza PodcastEn el Senado de esta semana analizamos la actitud del PP con Vox al dar por hecho el sí de la formación de Santiago Abascal en la formación de un nuevo gobierno liderado por Juanfran Pérez Llorca.
En la recomendación literaria de esta semana traemos El Director, de David Jiménez. Se curtió cubriendo guerras, desastres y revoluciones durante casi dos décadas antes de ser nombrado director de El Mundo. Lo que parecía un reto ilusionante —dirigir el diario en el que entró como becario a los 23 años— se transformó en una batalla por la defensa de la independencia del periódico frente a un establishment político y económico decidido a controlarlo. Jiménez ofrece un relato único sobre cómo respira la vida en una redacción —sus personajes, rivalidades, traumas y éxitos—, cómo funciona el juego de favores entre los medios y el poder y qué precio pagan quienes se niegan a participar en él. Presidentes, reyes, ministros, banqueros, capos del dinero, comisarios y periodistas protagonizan esta crónica sobre los secretos inconfesables del periodismo y los hilos que gobiernan España. El Director es, además, un retrato íntimo de las encrucijadas éticas, las relaciones personales, las amistades y deslealtades que se viven cuando se ocupa el despacho de uno de los grandes diarios del país.
En la segunda recomendación, sería apropiado hablar de La Partitocracia, de Fernández de la Mora. Con ocasión del Centenario de su nacimiento (1924), SND Editores reedita una de las obras capitales de Gonzalo Fernández de la Mora, La Partitocracia (1976), un ensayo desmitificador y precursor, en el que explica con claridad lo que significa y dónde nos lleva la Constitución de 1978. A continuación entresacamos algunas de las frases de dicha obra: Los partidos políticos no cesan de afirmar que son la condición esencial de la democracia, y que sin ellos solo cabe la dictadura. Este es su gran lema propagandístico en una época en que la democracia u oligarquía arbitrada por el pueblo se respeta universalmente. La consigna ha hecho fortuna, pero es falsa. Hay que desmitificar al régimen de partidos con sufragio universal inorgánico y liberarlo de sus revestimientos ideológicos de intención apologética. Los partidos políticos pretenden que, ademas de ser conditio sine qua non de la democracia, son el mejor medio para ponerla en práctica. Tampoco esta pretensión realizadora se corresponde con los hechos. La partitocracia anula la división de poderes, el racional diálogo parlamentario, la autodeterminación de los electores, la vida local y, en muchos casos, el gobierno de la mayoría, es decir, anula postulados democráticos esenciales. El propio Juan Jacobo Rousseau confesó su “mortal aversión por todo lo que se llame partido”. Y Jorge Washington dijo en su famoso discurso de despedida de 1796: “Permitidme que del modo mas solemne os prevenga contra los perniciosos efectos del espíritu de partido en general... cuando reviste carácter popular, se manifiesta en su forma mas viciosa, y es, ciertamente, vuestro peor enemigo”. Una de las figuras más eminentes de la intelectualidad francesa liberal, Simone Weil, se pronunció abruptamente sobre los partidos políticos, a los que repudió por considerarlos “el mal casi sin mezcla, porque son malos en principio y, prácticamente, por sus efectos”. No hay un solo pensador político de talla que crea hoy que el Estado demoliberal de partidos sea un óptimo absoluto, y, menos todavía, la partitocracia.