Muchos artistas suelen decir que, una vez que publican
sus canciones, dejan de ser suyas y pasan a ser de “la gente”, ese ente tan
ambiguo como infinito al que se recurre casi para despachar la responsabilidad.
En el caso de Zoé, posiblemente el grupo mexicano más influyente de la ola
alternativa del siglo XXI, está claro que sus canciones han generado un poso
que ha roto la piel propia, traspasándose no solo a un público horizontal,
fuera de nichos, sino también en sus compañeros del gremio musical.
Como muestra no necesitábamos ningún botón porque la obra
de León Larregui y compañía habla por sí sola; pero desde Universal Music
México pusieron en marcha un ejercicio de culto y pleitesía a Zoé: un álbum
tributo en el que doce artistas de renombre internacional y de registros muy
diferentes han conseguido rehacer, reconstruir, resignificar y redmensionar
parte del repertorio más celebrado de la banda mexicana.
Manteniendo, por lo general, cierta languidez adherida a
la genética de las canciones, a medio camino entre una psicodelia de autor, un
pop alternativo de altos vuelos y un carácter entre opiáceo, indietrónico y
espectral; este tributo consigue acercar el repertorio de Zoé a espacios
sonoros como la ranchera, el reggae, la rocktrónica o el country.
Tanto cuando un icono del flamenquito pop español como
Manuel Carrasco le da un aire orquestal.espectral, como cuando un referente del
mainstream latino como el colombiano Juanes se pone a juguetear con estructuras
rocktrónicas, como cuando la sensibilidad pop-folk de Caloncho consigue elevar
el romanticismo melódico, como cuando entran a jugar los radioformuleros Morat,
como cuando el rey de la ranchera Alejandro Fernández resignifica la mítica
“Arrullo de estrellas”, como cuando Rawayana llevan el registro de Zoé al
reggae, como cuando la fiereza pop-clórica de Mon Laferte acerca a una suerte
de falso country otra de las canciones, el repertorio de Zoé cobra nuevos y
altísimos vuelos.
Alan Queipo