Un suicidio en los separos de la PGR, tres decesos enigmáticos, dos intentos de homicidio y amenazas de muerte para el que abriera la boca en el caso de un fraude con estampillas fiscales de proporciones desconocidas, fueron alimento de enorme expectación pública a mediados de junio de 1957.

La Dirección Federal de Seguridad intervino y rindió un oportuno informe que notificaba que el contador Francisco G. García Gutiérrez, el 26 de diciembre de 1955, dijo a su familia que llevaba una bomba atómica en el portafolios y se refería a un enorme fraude que se perpetraba desde 1934 en los Talleres de Impresión de Estampillas y Valores. 

La información jamás llegó a la Secretaría de Hacienda por conducto del señor García, pues fue interceptado y agredido brutalmente por dos individuos, quienes le quitaron documentos y dinero. 

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El 16 de junio de 1997 una banda de asaltantes, integrada probablemente por varios policías en activo, expolicías y varios “madrinas” volvió a perturbar la cada vez más escasa paz que se disfrutaba en el entonces Distrito Federal, para llevarse 600 millones de pesos, tras acribillar a tiros a un policía, herir a otro y disparar a diestra y siniestra en una tienda departamental del ISSSTE, sin importarles que estuviera llena de mujeres, hombres y niños entre clientes y empleados.

Al llegar refuerzos policiacos, se desató una balacera, pero todo pareció indicar que fue entre los mismos investigadores, quienes, nerviosos, abrieron fuego sin saber a qué o a quiénes le disparaban.

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Antonio Meneses Vera era un rico pulquero, como muchos otros, en el México de los años cincuenta. Una mañana de domingo salía de su casa acompañado de su esposa. No había caminado mucho cuando fue alcanzado y baleado en la esquina de las calles Vidal Alcocer y Berriozábal. 

Su agresor fue Gerardo Grocochea Pérez, mesero del restaurante San Mateo, ubicado en la Ciudad de los Deportes. Le disparó tres balazos a quemarropa.

Al momento de realizar la investigación, se descubrió el pasado criminal del pulquero, habiendo cometido por lo menos 5 asesinatos. 

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El lunes 19 de mayo de 1997 Víctor Manuel Pedraza López mató de un balazo en la cabeza a un parroquiano en un bar de la Plaza Garibaldi, por motivos que no se habían podido aclarar.

Al verse perseguido se pertrechó en la azotea de un hotel, se colocó un pasamontañas negro y con la mano derecha primero, se llevó su revolver a la cabeza y amenazaba con suicidarse. Pidió una cerveza y una "grapa", se le concedió su demanda y un francotirador casi le vuela la mano con el arma.

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Una banda que traficaba mujeres para dedicarlas a la prostitución fue descubierta por la policía en junio 1959 y casi todos los integrantes lograron escapar, menos un cubano que traía colgado al cuello un extraño amuleto que protegía con recelo.

El fetiche hizo que el caso de lenocinio pasara a segundo plano cuando días después se formó toda una historia en torno a sus poderes. Cuatro policías judiciales se burlaron de la figurilla y aventaron la efigie, que después se supo que era del poderoso dios africano Elegua Loroye.

La detención y el juego con el amuleto habían ocurrido un martes y al día siguiente uno de los policías y un amigo suyo murieron violentamente al estrellar su automóvil contra un autobús de pasajeros. Los otros tres investigadores murieron después también en forma violenta tal como les había anunciado el cubano.

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Dos caritativas mujeres, hermanas de un sacerdote, fueron torturadas y apaleadas (hasta morir) para que entregaran un "tesoro". Al enterarse del doble crimen, el religioso perdonó a los homicidas y les prometió que cuidaría de sus hijos desamparados.

Todo se inició probablemente el domingo 19 de junio de 1960. El lunes 20, una de las vecinas que cada semana encontraba en misa a las misericordiosas hermanas, Agustina y María de los Ángeles Fragoso, supuso que se encontraban enfermas y fueron a buscarlas, Al llegar al domicilio notó que la puerta estaba abierta y se llevó desagradable sorpresa: en una habitación estaban ellas, sin vida.

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El 28 de abril de 1997 cuatro ladrones llegaron al pequeño poblado de La Purificación, perteneciente a Texcoco, a robar llantas, espejos, calaveras y objetos olvidados dentro de los automóviles. 

Pero al descubrirlos, un grupo de alrededor de 60 personas logró detener a dos de los delincuentes y comenzó una venganza muy violenta, tal vez no tanto por el crimen en sí mismo, sino por el hartazgo de que se repitiera siempre lo mismo sin que nada cambiara y las autoridades encubrieran a todos los delincuentes en el pasado.

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El 30 de diciembre de 1996, una persona ingresó al Bancomer en la colonia Agrícola Oriental y en una de sus manos portaba una pistola y en la otra una granada, al mismo tiempo utilizaba como escudo a dos mujeres y un joven. 

Tras más de 6 horas de zozobra en el que sería conocido como el primer secuestro de banco televisado, rescataron a quince rehenes; el criminal terminó sin vida de forma misteriosa ante la mirada de cientos de espectadores.

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Bajo una supuesta enfermedad mental, Higinio cometió múltiples homicidios.

Como no distinguía el bien del mal, se recomendó su rehabilitación y aislamiento, pero el cautiverio voluntario le resultó insoportable y le buscaron diagnósticos favorables para justificar el abandono del tratamiento psiquiátrico. 

El resultado fue trágico: al desencadenarse sus tensiones, en sólo tres días, el joven millonario mató a balazos a otras tantas personas inocentes.

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El 6 de septiembre de 1965, a bordo de un flamante Mercedes Benz, fue privada de la vida Luz María Ríos Nieto. Un proyectil disparado por su novio, Gregorio Guefen Shuster, terminó con la alegata sentimental que la pareja sostenía mientras se enfilaba hacia la zona de La Marquesa.

LA PRENSA dio cuenta de la empleada del Sanatorio Durango, muerta de un tiro en la cabeza y arrojado su cadáver en el estacionamiento del restaurante La Escondida, ubicado a la altura del kilómetro 38 de la carretera México-Toluca.

La polémica de este caso fue que a pesar de contar con todas las pruebas que demostraban la culpabilidad del extranjero, los agentes lo dejaban libre en cada interrogatorio con excusas sin sentido.

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