Me nombraban. Lo decían tanto que comenzó a darme asco desde muy chica, me hacía pensar en sudor, en saliva con olor a cerveza, en calor, en miedo, en orines. Aprendí que cerrando los ojos tan pero tan fuerte quedaría fuera de ahí unos segundos por el dolor de cabeza, cuando se hiciera el silencio dentro, hasta que uno de ellos se diera cuenta y dijera que qué pendeja Lucero.