A lo largo de la historia de Colombia, la violencia se ha expresado en múltiples direcciones y ha estado
asociada desde la mitad del siglo XIX hasta mediados de los años 60, a rivalidades o confrontaciones entre los
dos partidos tradicionales. De allí que la violencia sociopolítica en el país haya sido considerada como un
proceso persistente que ha permeado la historia de Colombia. En este contexto, resulta doloroso confirmar
que los cuerpos de las mujeres son otro escenario más de guerra, posiblemente uno de los más violentos y de
los que más impacto tiene en la estructura de personas, familias y comunidades. A lo largo de la historia del
país, el cuerpo femenino ha representado un territorio de lucha. Es así que, históricamente los actores
armados utilizan el cuerpo de las mujeres como botín de guerra para sembrar el terror en las comunidades,
imponer su poder y control para obligar a la gente a huir de sus hogares y apropiarse de su territorio, vengarse
de los adversarios, acumular los mal llamados ‘trofeos de guerra’. La violencia contra la mujer encarna en el
cuerpo de la víctima la metáfora de penetrar líneas enemigas a fin de instalar la soberanía del actor
dominante. Es decir, a través de ella se conquistan territorios, se hace venganza, pero también se fracturan
lazos y redes sociales. Pero esto no es algo que sea propio de las guerras, la violencia contra las mujeres no
escapa a escenarios cercanos y cotidianos del dia a día.