Vivimos en una cultura de inmediatez que ha contaminado también nuestra vida espiritual. Queremos respuestas rápidas, soluciones sin espera y bendiciones sin proceso. No soportar el proceso nos lleva a tomar decisiones apresuradas, fuera de la voluntad de Dios, trayendo consecuencias dolorosas.
La falta de paciencia refleja una falta de confianza en que Dios tiene el control. Al no esperar en Él, menospreciamos su perfecto plan. En la vida diaria, esto se traduce en relaciones apresuradas, negocios sin dirección, o metas fuera de su tiempo. La fe madura sabe esperar, porque entiende que Dios obra en el silencio, en el tiempo y en el proceso.