Hay un evento en la Historia de Honduras que merece ser recordado, un evento que cambiaría el mapa de poder del país, especialmente de una de las regiones más importante para la economía nacional. Hablo del departamento de Olancho, en el año de 1866: la ahorcancina de Olancho.
Unas fuentes hablan de poco más de 500 ejecutados en ese alzamiento, otras fuentes elevan el número hasta 5,000. Todos coinciden en resaltar que el presidente José María Medina, Medinón, como le decían por su alta estatura, ahogó con sangre la insurrección dirigida por Serapio Romero, el chinchonero.
En este capítulo de las Crónicas de la diáspora, hablaré de la ahorcancina de Olancho, en 1866. Usaré como referencia el texto escrito por Justo Pérez para la revista Ariel, que el historiador Medardo Mejía rescata el tomo 4, página 384 de la colección de Historia de Honduras.
Pero antes hablemos un poco del gobierno de José María Medina.
El general José Maria Medina ascendió al poder de la nación luego del asesinato del presidente José Santos Guardiola en 1863, el único magnicidio de la historia de Honduras. Medina se encargó de fusilar en un proceso sumario a los responsables del magnicidio y nunca se supo quiénes estaban detrás del asesinato de Guardiola.
Era un hombre conservador y autoritario que llegó al poder gracias al apoyo que obtuvo desde Guatemala por parte del general Rafaer Carrera. Desde un inicio el general Medida empeñó sus esfuerzos en consolidad un estado centralizado. Recordemos que hasta ese momento, Honduras tenía menos de 30 años de vida independiente y los distintos caciques y caudillos de la política se resistían a la centralización que impulsaba Medina. Para 1866, año que suceden los acontecimientos de Olancho, Medina había perdido además el respaldo de Carrera, inmerso como estaba en su propia guerra civil que terminaría derrocándolo y llevando al poder a los liberales dirigidos por el general Justo Rufino Barrios.
Medida enfrentaba constantes alzamientos por todo el país que había logrado sofocar. Olancho no era el primero, pero sí el más importante de su presidencia.
Relata Justo Pérez en la revista Ariel, que en Olancho gobernaba con mano de hierro el comandante de armas General Pedro Fernandez quien tenía entre sus sirvientes a Serapio Romero, alias el Cinchonero, apodo que le dieron porque provenía de una familia que hacía chinchos de cuero para las bestias.
Cinchonero era un buen criado, dice el relato, líder nato y valiente.
La situación en Olancho estaba tensa.
Los terratenientes estaban molestos por las disposiciones tributarias del general Medida y varias reformas que consideraban les afectaban en sus intereses. Cualquier incidente podía desencadenar un conflicto de grandes proporciones. Así, la noche del 7 de diciembre de 1864, la víspera de la fiesta de la Virgen de Concepción, la Patrona espiritual de la ciudad de Juticalpa, el Coronel Manuel Barahona se encontraba con José Ángel Rosales, Gregorio Barahona, José María Mejía, Tranquilino Matute y otros amigos más se encontraban en el barrio Las Flores bebiendo una botella de aguardiente. El Mayor de Plaza, coronel Macario Martel, quien andaba rondando con su escolta, llegó a donde estaban los parroquianos y les pidió que le rindiera sus armas, pistola y espada, quizás para evitar conflictos futuros como suele suceder cuando un grupo de hombres fuertemente armados se emborrachan. Barahona se rehusó a dar las armas. Martel ordenó a su escolta que prepararan sus armas para arrestar a los borrachos y Barahona, rápidamente le disparó un tiro que le atravesó la garganta, causándole la muerte instantánea.
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