Cuantas veces hemos escuchado a las personas justificar su falta de fe con la pregunta de que si Dios es infinitamente bueno, porque permite el mal?

Es una mutilación de nuestro ser el tratar de prescindir de la dimensión espiritual, es esta dimensión la que nos permite conectar nuestra parte terrena con lo trascendente

De donde Venimos y para donde Vamos Preguntas que naturalmente nos quitan el sueño. Lo que no deberia de ser natural es que lo primero que hacemos al poner nuestras manos en este conocimiento es usarlo como argumento para librarnos de Dios. Pareciera que estamos condenados a caminar en círculos.

A Muchos de nosotros nos pasa lo mismo cuando vamos a la misa. Como que estamos ante una representación que no acabamos de entender y nos arrodillamos, ponemos de pie, cuando los demás lo hacen, sin conocimiento del rito que se desarrolla ante nuestros ojos

Cómo estamos respondiendo a lo que Dios nuestro Padre nos ha confiado: nuestra vida, nuestra vocación cristiana. Ambas tienen un valor inmenso ante sus ojos. Y Él las ha puesto en nuestras manos. ¿Cómo es nuestra respuesta?

Es por esto que, quien vive la castidad como afirmación gozosa, no necesita de un esfuerzo extraordinario de la voluntad para contener el impulso sexual desordenado: su mundo interior, tejido de realidades valiosas y relaciones verdaderas, contrasta fuertemente con él y lo rechaza.

Stephen Hawking escribió que hay una pregunta radical que nunca podrá ser contestada por la ciencia: “¿Por qué el Universo se ha tomado la molestia de existir?”

La afectividad ordenada permite que nos guste hacer lo que es bueno; permite que lo que nos da la gana hacer coincida, casi siempre, con lo que agrada a Dios.

La dificultad para abandonarse en Dios puede tener muchas causas: un cierto complejo de inferioridad, una autoestima débil, la dificultad para convivir con los propios errores...

Nosotros no somos estoicos, nuestra lucha no tiene como fin, buscar nuestra propia perfección sino el amor de Dios