No sé como será para las demás personas,
pero yo no tengo los recuerdos más claros de mi infancia.
Capaz es simplemente el paso del tiempo.
O tal vez hay un mecanismo mental
muy complejo que no comprendo
y que hace que los recuerdos no queden grabados a fuego.
Creo que es por eso que no recuerdo
el momento exacto en que te conocí.
Sí, ya sé. Lo menos romántico del mundo.
Cualquier otro diría que recuerda el momento exacto
en que conoció al “amor de su vida”.
Sé que éramos niñes en un mismo colegio,
pero separados por un mundo de distancia.
Me acuerdo de la adolescencia.
Siempre estando ahí hasta que en algún momento nos empezamos a ver.
No existíamos, y de repente, estábamos ahí.
Flasheados.
Ante la mera existencia del otre.
Me acuerdo las tareas en casa, tomando una gaseosa.
O nos recuerdo crecer y aprendiendo a tomar mates juntos.
Los paseos invernales en bicicleta por la calle del cementerio,
porque a vos te encantaba respirar el aire frío
mientras veíamos caer algunas hojas amarillentas.
O las caminatas por veredas larguísimas
bajo árboles que se volvían verdes de a poco.
Y había algo en el aire que me decía
que el verano se acercaba.
Otra vez, imparable.
Las flores de la primavera se volaban para dejar paso a algo más.
Y, al final, el sabor del verano
eran los besos de piquito afuera de la escuela.
Era tirarnos en el pasto con el color
que el sol nos dio a flor de piel.
Al final, el verano eras y sos siempre vos.