Francisco Tolentino Urquiza, docente del colegio de dicho lugar, cuenta que cierto día a uno de los vecinos le comunicó la muerte de su caballo, ocurrida, en los pastizales del Namo.
Por tener que atender otros quehaceres en sus chacras de la parte baja, el mencionado personaje, aprovechando que su compadre iba a inspeccionar sus animales en dicho potrero le encargó cerciorarse de la muerte de su caballo y le comunique lo más pronto posible.
Como nadie sabía de qué se trataba, unos pensaban que habría surgido alguna disputa entre los compadres y que el gritón estaba desfogando su cólera; otros, creían, que éste había enloquecido; hasta que llegó el dueño del caballo en mención y aclaró la situación.