Prólogo | Hermanos, nos encontramos reunidos aquí ante la presencia del señor, y no el de la tiendita de la esquina… para recordar en vida a todos aquellos dulces que de alguna manera nos acompañaron en nuestro caminar durante la infancia y que nos ayudaron a descubrir el mundo, contribuyendo a forjarnos como personas de bien, con caries y quizá diabéticos, pero buenas personas. Porque todos somos más felices después de un dulce.
Oda al Mazapán, al Duvalín® y al Carlos V®, cantemos un himno al dulce de pobre, al que se vende a granel, cuya marca nadie conoce; al farolito, al barrilito, al dulce de anís, los rompe muelas o los colmillos; cuántas abuelas nos presentaron sus dulces como tesoros para que los dejáramos morir en el olvido.
Como buen réquiem, no habrá gloria ni credo, pero recordamos con respeto y melancolía a todos aquellos dulces que murieron con el implacable paso del tiempo; a los que ya no existen, a los que cambiaron de nombre, a los que ahora son de otra marca, de otro color o hasta de otro sabor, a los que antes salían en la tele y ahora visten ropas cubiertas de restricciones, como ventana de Cuevana 3 con 30 pop-ups que por más que las cierras siguen saliendo… porque así sean 500 sellos, igual te los vas a comer.
Que el señor todo poderoso creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible, e indirectamente de los dulces… tenga piedad de nosotros, porque somos pecadores al olvidar dichas bendiciones. Hagamos memoria en acto de contrición, porque fue por nuestra culpa, nuestra culpa, nuestra grande culpa que ahora no podamos probar un Flippy con chispitas bicolores o que tengamos que buscar en el recuerdo el poco agradable, pero refrescante sabor de un Zamba, porque somos los actores materiales del asesinato del Pipucho, el mejor pastelito que alguna vez se posó sobre un mostrador de una tiendita en la faz de la tierra. Por eso ruego a Santa María del Oro, Durango, siempre virgen y a Los Ángeles, California y a los Santos, San Andreas de Grand theft auto y a ustedes hermanos, y a los principios de libertad y de justicia, que hacen de nuestra patria, una nación independiente… que intercedan por nosotros ante Deus, nuestro señor.
“Dies iræ, dies illa, solvet sæclum in favilla (…) Quantus tremor est futurus, quando iudex est venturus, cuncta stricte discussurus…” en cristiano: “¡Será un día de ira, aquel día en que el mundo se reduzca a cenizas, (…)! ¡Cuánto terror habrá en el futuro cuando el juez haya de venir para hacer estrictas cuentas…” y como evitarlo si cuando nos pida cuentas diremos que ya no tenemos Poffets en bolsita y que si quiere unas se las tenemos que preparar en el horno de microondas.
Presentaremos las ostias sin consagrar con Sangría Señorial®; la misma que compró Jarritos® para destruirla; porque ya no es digna ni del “Agnus Dei”, o sea, el cordero de Dios, o sea, la barbacoa de la mañana.
Pero igual las ofrecemos en sacrificio, acéptala señor, al menos la sangría no es Peñafiel®.
¿Con qué cara te pedimos algo en oraciones si hay gente que prefiere el chocolate blanco al normal? (Lo cual me parece racista y discriminatorio).
¿Cómo purgar nuestros pecados si el día del juicio ya no habrá Pizzerolas®? ¿Cómo te explicamos que las que antes eran pizzas completas ahora vienen en rebanadas?
¿Cómo esperar el cielo si dejamos que le quitaran el azúcar a la Coca-cola®?
Y es que no hay duda que hemos fallado cuando hemos engordado hasta los Doritos®. Cuando dejamos morir sin defender a Pancho Pantera, al tigre Toño y al gato feo de los chicles Bubbaloo®, pero el que en verdad me puede es el Buhíto sabiondo de Tutsi.
Son muchas las novenas y los rosarios que se habrán de rezar, muchas las cuentas que se abran de avanzar, muchas las letanías que se habrán de leer porque nadie se las sabe de memoria. Mucho el esfuerzo para intentar sacar del purgatorio a todos los azucarados cadáveres que cargamos en la espalda; La Tipp® de limón, señor, dejamos ir la Tipp.
Dales señor el descanso eterno y que brille para ellos la luz perpetua.
Que todos aquellos dulces que ya no existen descansen en paz.
Así sea.
Pidiendo disculpas por las pipitorias, los cacahuates garapiñados y las banderitas de coco, mejor dicho, todos los dulces de coco y agradeciendo su pronta desaparición, me despido.
Los invitamos a comentarnos sus recuerdos sobre sus dulces favoritos de la infancia y a escuchar los nuestros.
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