Imaginemos una democracia, pero una democracia en tiempos convulsos, cuestionada fuertemente por un activismo bien organizado, intenso y creciente, donde la imposición de una nueva y benéfica revolución estuviera liderada no por personas corrientes ni siquiera por gobernantes, sino por personajes acreditados e influyentes, con posiciones destacadas en las universidades más prestigiosas del mundo y grandes corporaciones.
Imaginemos que estos líderes contaran con la ayuda, además de la ONU y grupos activistas, de los medios de información, de tal suerte que sus emergencias, amplificadas por diarios, radios, televisiones y redes sociales, se propagaran con tal intensidad que cualquier crítica resultara casi inaudible, lo cual, con el tiempo, alumbraría una opinión pública vehemente, inasequible al debate y a la indagación.
Y ahora, la pregunta: ¿podría esta democracia resistirse a la imposición de un nuevo orden? Y, en caso de hacerlo, ¿por cuánto tiempo?
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