Era un camionero que se dedicaba al transporte de larga distancia y se consideraba un mujeriego. En las paradas presumía de conquistas, de su estilo de vida libre y del rótulo que lucía orgulloso en su camión: “The Wild One” (El Salvaje).

A simple vista parecía un conductor más de la inmensa red de carreteras que unía los estados, pero detrás de esa fachada se escondía un asesino que aprovechaba la soledad de la ruta para dar rienda suelta a sus impulsos más oscuros. Durante sus recorridos, recogía a mujeres, en su mayoría trabajadoras sexuales o personas en situación vulnerable, y tras un breve engaño las estrangulaba sin piedad. Después, arrojaba sus cuerpos en cunetas, rampas de acceso o bajo puentes, lugares donde nadie reparaba en nada hasta que era demasiado tarde. Era un depredador que conocía bien cómo ocultarse en la rutina del asfalto.