Es 24 de octubre de 1989, en un pueblo de la Alemania Oriental, Deetz. La tranquilidad de este lugar se ve perturbada cuando un cadáver es encontrado junto a un sector residencial. La víctima es una mujer de 51 años, Edeltraud Nixdorf. Su cuerpo yace envuelto en una manta, pero semidesnudo debajo de ella, lo que hace pensar, en un primer momento, que el crimen podría tener una motivación sexual.
Un vecino asegura que, al ver a un joven corpulento alejándose de la casa de Edeltraud con un enorme bulto entre sus manos, lo reprendió: "¿Qué estás haciendo?". Este no respondió y, en silencio, se dio a la fuga. El testigo describe al hombre como alto, de aproximadamente 1.90 metros, musculoso, y asegura que se dirigía hacia el bosque con el cuerpo.
En la escena, los investigadores encuentran una huella de zapato talla 49, un detalle que destaca: el patrón de diamante que marca la suela coincide con el utilizado por las unidades especiales alemanas. Si el asesino pertenece a estas filas, su identidad estaría registrada.
Dentro de la casa, las cómodas están abiertas y la ropa de la mujer está esparcida por el suelo. ¿Un robo? No obstante, no faltan objetos de valor. Algo más oscuro parece cernirse sobre la tranquilidad de los bosques de Brandenburgo.
Sin embargo, esta será solo la primera de las víctimas que un misterioso gigante se cobraría. Una huella de la talla 49, lencería femenina, un perfil nada claro y los bosques como coto de caza. Todo ello se une para revelar un oscuro, pero desconocido, episodio de la crónica negra alemana.