Albert Einstein dijo: “Lo importante es no dejar de hacer preguntas. No perder jamás la bendita curiosidad”. Ser curioso me parece, en el fondo, una de las mejores maneras de honrar a la propia vida: la gratitud a la vida se puede traducir en apreciar el mundo queriendo saber más sobre él.

Los avances científicos no dejan de recordarnos las colosales proporciones del universo. Esto resulta útil para mejorar nuestra perspectiva del mundo y de nosotros mismos. Adquirir una noción de nuestra insignificancia también nos pone más fácil relativizar nuestros problemas e incluso abrir los ojos para reconocer por dónde pasan algunas soluciones. Os invito a descubrir qué lugar ocupamos en el cosmos.

¿Cómo es posible que nuestra pareja nos saque tanto de quicio? ¿cómo es posible que esa gente vote a ese partido? ¿cómo puede ser que mi padre sea tan rematadamente cabezón? ¿Por qué nos irrita tanto no entendernos con los demás? ¿Por qué solemos adoptar la actitud de “conmigo o contra mí? ¿Cuáles son los mecanismos de la empatía?

¿Cuál es la relación entre serenidad y felicidad? ¿Puede la serenidad ayudarnos a aumentar nuestra creatividad? ¿Qué tienen que ver con todo esto la productividad y la pintura impresionista?

Hace siglos que el ser humano aprendió a medir el tiempo, pero ¿Hemos aprendido a aprovecharlo?

Juguemos a imaginar: imagina que te llega tu hora. Imagina que recibes una segunda oportunidad, pero con una condición: que trabajes en apreciar y agradecer todo lo bueno que ofrece la vida. Esto querría decir, entre otras cosas, que trabajes en aprender a quejarte menos.

El oído es un órgano fascinante: se encarga de captar las ondas sonoras, transformarlas en impulsos eléctricos, y transmitírselos a nuestro cerebro, que nos proporciona información muy valiosa acerca de lo que nos rodea... e infinitas emociones.

De todos los pecados capitales, creo que uno de los que más directamente intervienen en que el mundo no sea un lugar mejor es la soberbia.

Cerca del 5% de la población padece anosmia, un problema poco frecuente que impide apreciar cualquier olor y que puede venir acompañado de falta de apetito y depresión ¿Habéis pensado cuánto de lo que hace que la vida valga la pena pasa por los olores?

En 1954, un joven de 19 años nacido en la localidad estadounidense de Tupelo acababa de aceptar un trabajo como camionero para ganar algo de dinero, a la vez que intentaba entrar en algún grupo de rock. En uno de ellos le dijeron: "Dedícate a conducir camiones, porque nunca llegarás a ser cantante".