Son numerosos los músicos que se acogieron a los preceptos del Motu Proprio de Pío X aspirando, por tanto, a las cualidades de santidad, bondad de formas y universalidad propias de la liturgia, en definitiva, a una música santa y excluida de todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes. Aún así algunos músicos religiosos hicieron incursiones en este último ámbito, ya sea en el teatro, la música de salón o de concierto.
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