El mito de Orfeo y Eurídice nos recuerda que el amor persiste por encima de todo, incluso de la propia muerte.
Cuando alguien ama verdaderamente es capaz de ir hasta el infierno para estar en compañía de aquel a quien ama.
Orfeo es hijo de Apolo, dios de la música y las artes, y de Calíope, musa de la poesía épica y la elocuencia, de quienes hereda de ellos el don de la música y la poesía. Si Apolo era el mejor músico entre los dioses, Orfeo era el mejor músico entre los mortales.
Orfeo aprendió a hacer música de mano del propio Apolo, su padre. Llegó a desarrollar tal maestría que el mismo Apolo le entregó su propia lira, en símbolo de amor paternal. Esta había sido elaborada por Hermes con el caparazón de una tortuga. Se dice que Orfeo lograba interpretar las más bellas melodías que se hubiesen escuchado sobre la Tierra.
Capaz de apaciguar a los animales y monstruos con su lira, su talento fue vital en aventuras como la de los argonautas, donde con su música desvió la atención de sus compañeros del canto de las sirenas y durmió a la serpiente que nunca dormía