¨En las reuniones de la más diversa índole, Marosa era el centro natural de gravitación por su personalidad avasallante, aún siendo retraída; se imponía su voz baja pero perfectamente audible, su particular modo de vestirse, de maquillarse, de estar. La conversación y las miradas giraban a su alrededor y ella permanecía buena parte del tiempo en silencio. Sus expresiones precisas, personales, comprensivas, cultas, chispeantes, demostraban que, a pesar de parecer ausente, estaba perfectamente al tanto de lo que se estaba tratando. Jamás buscaba sobresalir. No le gustaba ejercer protagonismo de ningún tipo y la ganaba el mutismo cuando una mesa de café se volvía un poco extendida. Le gustaba el diálogo mano a mano, casi secreto, propicio a la confidencia importante, el razonamiento justo, la búsqueda de la comprensión profunda. Preguntaba y se asombraba con facilidad, porque la vida era para ella un incesante milagro. Creo que no es posible mayor capacidad de enriquecimiento espiritual que con el contacto que se podía tener con Marosa. Pero así como tenía condescendencia hacia todas las situaciones humanas no podía transigir con la mediocridad literaria. Un silencio absoluto la envolvía cuando se trataba de opinar sobre un texto que no era de su agrado. Era de una intuición certera y profunda. Sabía las distancias entre la autenticidad y el éxito, y entre éste y la honestidad intelectual. Prefería siempre la mesa del café a la académica y abordaba con la misma naturalidad e interés los pequeños temas y los trascendentes¨