"El carácter del Señor Jesús nunca recibió modificación ni reajuste. Fue el mismo en todo momento, poseyendo siempre el mismo equilibrio y armonía. En él la majestad se combinó perfectamente con la mansedumbre, la dignidad con la condescendencia, grandeza consciente con sencillez sin ostentación, poder con misericordia, justicia con benevolencia, indignación santa contra el pecado con compasión tierna por el pecador. Su gentileza nunca se caracterizó por debilidad, ni su
amor por mero sentimentalismo. Su celo nunca degeneró en impulsividad, ni su calma en indiferencia. La completa constelación de virtudes resplandeció en su carácter con lustre
reluciente, irradiando en todas sus proclamaciones y caminos e impartiendo unidad sin igual a sus diferentes acciones. Ninguna situación, por crítica que fuera, le halló de mal talante. «La gracia y la verdad vinieron por Jesucristo». Su incansable interés por el
bienestar del hombre se caracterizó al mismo tiempo por su devoción al Padre sin desviación."
W. E. Vine.