Los bárbaros ya estaban dentro, pero no fueron los únicos responsables del derrumbe. A las invasiones se sumaron la decadencia moral, el enfriamiento del clima y las malas cosechas, hasta que en el año 476 Rómulo Augústulo fue depuesto por Odoacro. Con su caída, desapareció también un modo de vida: las ciudades se vaciaron, la gente huyó al campo y con ellas se perdió la gran cocina cortesana que había brillado en Roma. Solo quedaron vestigios, como la costumbre de comer reclinados en los banquetes galo-romanos, mientras el cristianismo unificaba a una sociedad en ruinas. Las pestes, guerras e inflación del siglo III habían dejado ya su huella: menos población, menos comercio, menos producción… y una alimentación cada vez más sencilla, donde el pan llegó a ser lo esencial.
Antes de la sección “Lee la etiqueta”, felicitamos a la nueva Premio Nacional de Gastronomía, la historiadora de la alimentación María Ángeles Pérez Samper, y repasamos el ranking europeo de consumo de ultraprocesados (con Portugal, una vez más, dando ejemplo).
En El cierre, abordamos los apagones informáticos y de luz, esos cisnes negros que parecen cada vez menos improbables. El tema “chusco” de la mochila de emergencia empieza a perfilarse como una realidad: tened comida en casa.