¡ELIMINADO DEL LIBRO DE LA VIDA!
Al menos eso creí cuando niño, sobre todo cuando me topé con Apocalipsis por primera vez. Recuerdo que me puse a investigar como loco en internet acerca de la vida después de la muerte. Me asusté tanto que pensé que cualquier cosa “mala” que hiciera me borraría automáticamente de los registros celestiales. De hecho trate de investigar alguna forma de reinscripción por si algo salía mal, o alguna segunda venida por si me quedaba y de qué forma podía sobrevivir.
Sentía que Dios era tan santo que jamás podría llegar a la altura de ese comportamiento. Por eso siempre mi oración fue, no quiero irme al infierno por haberle contestado mal a mi mamá o por haber visto algo que no tenia que ver, etc. Me metí a estudiar la biblia de cabeza, asistir excesivamente a la Iglesia, corté juntas con amigos y me alejé de todo lo que pensé que podía quitarme la salvación. Fue terrible porque no podía disfrutar a Dios y pensaba todo el tiempo que seguirlo a Él era seguir una norma. Fue más terrible aún cuando ME DI CUENTA que por más mérito que tuviese y por más que me esforzara cumpliendo las reglas siempre iba a fallar, y por las mías no alcanzaría redención.
Fue allí cuando por primera vez entendí que NUNCA SE TRATÓ DE MI sino de SU AMOR y SU GRACIA.
Fue allí cuando entendí que Apocalipsis no es el libro del juicio sino una carta de amor para su Iglesia. Fue allí que entendí que ni lo alto, ni lo bajo. Ni potestades ni principados. Nada me apartará de su amor. Entendí que no dejo de ser hijo, aún estando lejos. Entendí que mis méritos no son suficientes y que Él me santificó antes que yo dijese que si. Entendí que no fui quien lo eligió, Él me eligió a mi antes que se formara el mundo y estuviese en el vientre. Él murió por mi y ese regalo inmerecido jamás se borrará de mi piel. La mancha de su sangre me persigue aquí y en mi vida después de la muerte.
Él escribió mi nombre con letras IMBORRABLES en el LIBRO DE LA VIDA, no porque lo mereciera, simplemente porque me amó, me ama y me amará por la eternidad. No podré nunca entenderlo. En mi propia justicia el ladrón de la cruz no merece el cielo, pero el amor de Jesús lo llevó al paraíso.