Según una antigua tradición, los cristianos recuerdan “los siete dolores de la Virgen”: momentos en que, perfectamente unida a su Hijo Jesús, pudo compartir de modo singular la profundidad de dolor y de amor de su sacrificio
Esta devoción a la Virgen Dolorosa arraigó en el pueblo cristiano, sobre todo, a partir del siglo XIII, con la aparición de la Orden de los Servitas, que se consagraron a la meditación de los dolores de María. Así nacieron, desde fines de la Edad Media, las dos fiestas del Viernes de Dolores y del 15 de septiembre que es la que hoy celebramos, manifestando la compasión que Nuestra Señora siente por la Iglesia de Cristo, siempre sometida a las pruebas y a las persecuciones. Hoy es el día de repetir amorosamente la famosa secuencia: Stabat Mater Dolorosa, compuesta en el siglo XIII por Jacopone da Todi y reinterpretada a través de los siglos de múltiples formas musicales.
Y es que la música va fuertemente ligada a los estados de ánimo, los sentimientos y los recuerdos, es un medio para expresar, como para despertar emociones, hay un tipo de música para cada emoción, la música nos puede provocar alegría, miedo o tristeza.
La música proporciona sensaciones, endulza nuestras vidas. Un potente crecendo orquestal puede conmovernos y emocionarnos, así como las marchas fúnebres pueden ser proveedoras de una increíble carga emotiva para muchos devotos de nuestras tradiciones de piedad popular.
Nos ayudan a elevar una plegaria al cielo cuando llevamos sobre nuestros hombros a nuestras imágenes de especial devoción y a meditar sobre nuestra fe católica. Así como hacer que nos invada la nostalgia por aquellos que ya no están con nosotros y con quienes compartimos o nos inculcaron nuestra devoción y tradiciones.