Al pie de la cruz, en el momento de mayor dolor y abandono, permanece María. No grita, no reclama, no huye. Está. Su presencia silenciosa y firme encarna la fidelidad absoluta, esa que no necesita explicaciones ni condiciones para mantenerse. En ese instante, Jesús no solo entrega su vida al Padre, sino que entrega a su madre a todos nosotros: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"... "Ahí tienes a tu madre".